martes, 30 de marzo de 2010

Nuestros mitos mayas

Por Vicente Hernández Hernández
Publicado en Cambio de Michoacán, 30 de marzo de 2010

Sin duda, la civilización maya fue una de las culturas más importantes del periodo anterior a la llegada de los españoles a América: su variedad alimenticia era enorme, descubrieron colorantes y pigmentos que usaron en vestimentas y motivos arquitectónicos, construyeron edificios, monumentos, caminos, observatorios astronómicos, desarrollaron el concepto de cero y lo utilizaron para trabajar con grandes cantidades, crearon calendarios astronómicos increíblemente precisos –aunque sus conocimientos reales en astronomía eran similares a los de otras culturas–, etcétera. Sin embargo, la desinformación mal intencionada, los mitos populares y la pseudociencia están, actualmente, transformando la imagen de los mayas en algo grotesco, lleno de amarillismo barato y, desde luego, falto de hechos comprobables y documentados.

El pueblo maya tenía una estructura social muy compleja y, al igual que en otras culturas antiguas, la recopilación de datos astronómicos era también el trabajo de los encargados de dictar las normas religiosas para el pueblo. La religión influía en la política, la ciencia y la sociedad. La combinación ciencia-religión desde luego no era nueva, prácticamente todas las culturas antiguas sufrían de lo mismo, y desde luego también, los mayas no son el único ejemplo de que esta dupla es poco más que insana.

Los sacerdotes mayas eran los encargados de recopilar la información. Su gran virtud fue registrar todo: las posiciones aparentes del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas visibles. Gracias a su trabajo metódico y repetido, fueron capaces de hacer "predicciones simples": puesto que el movimiento de los objetos que observaban es regular, constante y más o menos uniforme, los sacerdotes hábilmente crearon calendarios que les daban información de la posición de los cuerpos celestes. La gran virtud astronómica de la cultura maya fue la observación, registro y análisis de los datos, punto –y desde luego no es poca cosa.

Desafortunadamente, los sacerdotes mayas no hicieron prácticamente nada para explicar esos movimientos, las regulares posiciones y la periodicidad en "su cosmos". Los mayas no avanzaron en responder estas cuestiones. Ellos usaron las matemáticas y sus registros para conocer cuando y en qué posición aparente se encontraría Venus, por ejemplo, con respecto a la Luna, al Sol, a los otros planetas y a las estrellas. Ellos podían "anunciar" (lo mismo hicieron los babilonios 3 mil años antes) la posición de cualquier cuerpo con movimiento periódico y regular. Sin embargo, ni los mayas, ni los babilonios, ni muchas de las culturas antiguas tuvieron la capacidad de ir más allá; y si lo hicieron, no tenemos registro de eso.

Los mayas, por ejemplo, no sabían que los objetos brillantes en el cielo, de movimientos constantes, a veces avanzado y otras regresando, eran planetas como la Tierra. Es más, no sabían que la Tierra era un planeta, miembro de un sistema de más planetas unidos al Sol por la fuerza de gravedad. Ellos no contaban con instrumentos para observar que Venus muestra fases como la Luna debido a su posición entre nosotros y el Sol, ni que tiene una atmósfera corrosiva donde llueve ácido sulfúrico y su temperatura ambiente es 460 grados centígrados. No sabían que la Tierra tiene poco más de12,500 kilómetros de diámetro, ni que Marte, el planeta rojo, tiene ese color por los abundantes compuestos ferrosos de su superficie. O que Saturno tiene anillos de polvo e hielo y Júpiter más de 60 lunas. Mucho menos sabían que esa franja blanquecina en el cielo nocturno es nuestra Galaxia, compuesta por miles de millones de soles como el nuestro, ni que para cruzarla de lado a lado necesitaríamos 100,000 años viajando a la velocidad de la luz (300,000 km/s). No sabían cuál es nuestra posición dentro de la Vía Láctea, ni lo que hay en el centro de esta. Ni los mayas ni ninguna de las culturas antiguas sabían estas cosas. Es más, todo lo que acabo de mencionar fue descubierto en el transcurso de los últimos 500 años -exceptuando el tamaño aproximado de la tierra, calculado hace 22 siglos por Eratóstenes.

Desgraciadamente, la charlatanería, el flujo fácil de información no fidedigna, el amarillismo y el lucro con la ignorancia de la población están tergiversando los propios méritos de los mayas como grandes observadores del cielo. La cultura maya era muy fantasiosa, creativa, formaron cientos de leyendas y mitos, su mundo se "creaba y destruía" cíclicamente, etcétera -¿cuál no lo hizo?. Y a pesar de esto, sus cálculos astronómicos son sorprendentemente precisos, una maravilla entre las culturas antiguas.

Sin embargo, de esto a que los mayas predijeran inundaciones, terremotos, llegadas de planetas vagabundos, alineaciones galácticas y hasta el fin del mundo... ¡por favor! A eso y a lo que hacen Maussan y sus patiños... a eso, se le llama basura.


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martes, 23 de marzo de 2010

Estrellas viejas llamando

Por Vicente Hernández Hernández
Publicado en Cambio de Michoacán, 23 de marzo de 2010

Para las estrellas, ser grandes, enormes y tener masas por arriba de 8 o 10 veces la del Sol, implica una cosa: una muerte pronta y violenta.

Estas estrellas masivas (Betelgeuse y Rigel, las dos estrellas más brillantes en la constelación de Orión son un buen ejemplo) consumen muy rápido su combustible -en algunos millones de años-, mientras en sus núcleos se producen elementos químicos cada vez más pesados. Las fusiones nucleares de 4 átomos de hidrógeno producen uno de Helio, 3 átomos de Helio producen Carbono, un átomo de Helio más uno de Carbono producen uno de Oxígeno y así hasta llegar al Hierro, el elemento más pesado capaz de ser creado dentro de una estrella. Cada reacción nuclear produce una cantidad de energía determinada y en conjunto toda esta energía nuclear estabiliza a las estrellas para que no colapsen bajo su propio peso. Sin embargo, una vez que el Hierro se forma, este no puede fusionarse ni entregar energía, la estrella es incapaz de mantener un equilibrio y el peso de las capas superiores provoca que la estrella colapse sobre sí; una onda de choque viaja hacia afuera y al final produce un evento descomunalmente energético llamado supernova. En el centro de lo que era la estrella masiva podría quedar una estrella de neutrones, un púlsar o incluso un agujero negro.

Pues bien, recientemente un grupo de astrónomos liderados por Eran Ofek del Instituto de Tecnología de California en Pasadena, encontraron misteriosas señales de radio que podrían venir de estos remanentes, específicamente de antiguas estrellas de neutrones que se caracterizan por tener giros lentos (si la dirección en que estos objetos emiten coincide con la Tierra, podemos detectarlos, a estos objetos les llamamos púlsares. Ver animación). Se piensa que al menos 1,000 millones de estos objetos están dispersos por toda la Galaxia, sin embargo no todos pueden ser detectados.

Ofek y sus colaboradores le siguieron la pista a débiles emisiones de radio-ondas con lapsos desde horas hasta días y corroboraron que no se tratara de otros objetos como supernovas en acción, quásares o estrellas dobles interaccionando -que también son observados a radio-frecuencias. Mediante modelos computacionales, los investigadores encontraron que la distribución (la posición que guardan en toda la Galaxia) de púlsares de giros lentos detectados anteriormente, correspondía de manera muy buena con la ubicación de las misteriosas señales de radio.

De ser correcta esta hipótesis que relaciona púlsares de giros lentos con las señales detectadas, estaríamos en la puerta hacia futuros estudios en la historia de nuestra Vía Láctea. Por ejemplo, su número podría ayudarnos a confirmar la cantidad de supernovas que ocurren en distintas épocas en nuestra Galaxia o, por otro lado, su distribución en ella nos permitiría mejorar los modelos dinámicos en distintas regiones de la Vía Láctea.

A pesar de ser producto de tan violentos eventos, las estrellas de neutrones y púlsares siguen dando mucho de que hablar. Por lo pronto, estas muy viejas estrellas siguen llamándonos y nosotros las seguiremos "escuchando" en espera de más señales que nos permitan entender mejor el funcionamiento de nuestra Vía Láctea.


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martes, 9 de marzo de 2010

Exoespectro

Por Vicente Hernández Hernández

Hasta el momento en que escribí esta entrada, suman 430 los planetas encontrados fuera del Sistema Solar -exoplanetas pues-... y contando. Encontrarlos ha sido, sin duda, uno de los más grandes logros de la humanidad; otros mundos como el nuestro es un sueño que fácilmente tiene más de 500 años. Sin embargo, la búsqueda no es fácil y la confirmación de las características de esos planetas, una tarea que requiere de mucho tiempo e investigación.

Muchos de los exoplanetas hasta ahora encontrados se han detectado mediante la técnica de ocultación (tránsitos para ser precisos). Esto es, cuando un exoplaneta pasa por enfrente de su estrella, la luz de esta disminuye muy poco, pero suficiente para que podamos detectarlo y con esto determinar algunas propiedades del exoplaneta. Sin embargo, ni esta ni otras técnicas indirectas (efecto Doppler, jalones gravitacionales, efectos relativistas) nos dan información de la composición atmosférica de esos planetas. Solo la observación directa y el análisis espectroscópico de la luz reflejada proveniente de ellos nos posibilita saber de qué moléculas están compuestos.

Esto es precisamente lo que acaban de hacer un grupo de astrónomos de la Universidad de Toronto. Markus Janson y sus colegas observaron el exoplaneta nombrado HR8799c con uno de los mejores y más grandes telescopios en tierra, los VLT. Con este instrumento, los investigadores observaron la luz (el reflejo) proveniente del planeta durante casi seis horas. Una vez obtenidos los datos, estos fueron comparados con espectros modelados por computadora. La sorpresa fue grande cuando se encontró que ninguno de sus modelos seguía fielmente las observaciones. Lo anterior sugiere que la atmósfera del exoplaneta esta rodeada por grandes cantidades de polvo, además de que podría ser altamente turbulenta.

Pesar de que los resultados no fueron tan halagadores, estos primeros pasos en la búsqueda de atmósferas con la terrestre, sin duda nos llevarán a encontrar planetas muy similares a la Tierra.

Simplemente, es cuestión de tiempo.


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lunes, 1 de marzo de 2010

¿Y el agujero?

Por Vicente Hernández Hernández

Los cúmulos globulares son enjambres de cientos de miles de estrellas contenidas en espacios pequeños.

Solo por comparar, la estrella más cercana al Sol es próxima Centauri y se encuentra a unos 4.2 años luz de distancia –casi 40 billones de kilómetros. Así, una esfera imaginaria de 4.2 años luz de radio tendría dentro solo a próxima Cen. Pues bien, la densidad poblacional de estrellas en el centro de los cúmulos globulares es tan grande, que en una esfera como la que mencioné antes no habría una, ni dos, ni diez, sino de cientos de estrellas –los habitantes de un sistema planetario en alguna de las estrellas por allá deberían tener espectaculares noches.

Entorno a los globulares hay muchas preguntas: ¿cómo se formaron? ¿porqué prácticamente todas sus estrellas son viejas? ¿cuándo se formaron? etcétera. Una que aún se mantiene en la mente de los astrónomos es, qué hay en el centro de estos hervideros de estrellas. Algunas observaciones, junto con modelos computacionales proponen que justo en el centro de muchos cúmulos globulares hay un agujero negro. Sin embargo, hasta el momento no hay datos contundentes, aunque algunos objetos nos dan pistas. Este es el caso de Omega Centauri, un cúmulo enorme, muy hermoso y visible desde México hacia el hemisferio sur sin ayuda de telescopios o binoculares en los meses de abril y mayo.

Recientemente, dos astrónomos, Roland van der Marel y Jay Anderson del Instituto de Ciencia del Telescopio Espacial, en Baltimore, E.U., estudiaron el movimiento de unas 170 mil estrellas que giran entorno del centro de Omega Centauri y comparando sus resultados con modelos computacionales encontraron que el agujero negro, si es que este existe, debe tener una masa de 12 mil veces el Sol, esto es, unos 240 quitillones de toneladas.

Aunque esta cantidad es enorme para los estándares terrestres, el agujero negro en el centro de Omega podría ser uno de los llamados medianos. Porque –solo para impresionarlos– nuestro agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea tiene una masa 2.6 millones de veces la del Sol, más de 200 veces el que podría estar en el centro de Omega –ese si es de los grandotes.


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